Informe especial

Una jaula hecha de silencio

Por Cristina Arboleda P. e Isabel González R.

Una jaula hecha de silencio

El profesor que abusó de 41 niños y niñas en la escuela AAMPETRA no tenía título universitario ni experiencia docente. La institución busca incumplir las medidas de reparación simbólica y tuvo otros procesos administrativos impuestos por el Ministerio de Educación.

José Luis Negrete ingresó a la Academia Aeronáutica Mayor Pedro Traversari (AAMPETRA), como un reemplazo temporal. Tenía 22 años y era bachiller en comercio. Su escasa experiencia en una empresa de sanitarios y en una zapatería no lo acreditaban para ejercer la docencia. Aún así, fue el profesor principal de Sexto C durante todo el año lectivo 2010.

La maldad de Negrete le alcanzó para mantenerse como docente del grupo durante 2011. Amenazó a sus estudiantes con agredir a otros alumnos si no conseguían que él siguiera a cargo del grupo. Los niños y niñas sintieron que no tenían opción. Para evitar que a otros les suceda lo mismo que a ellos, convencieron a sus padres de firmar una carta dirigida a la escuela.

Negrete manipuló a los 41 estudiantes como a uno solo. A diferencia de lo que sucedió en AAMPETRA, la mayoría de agresores escogen una víctima a la vez. La eligen por su fragilidad y abusan de ella de forma oculta, explica la psicóloga Pilar Chiriboga, Directora del Departamento de Criminología de la Universidad Central.

En los centros educativos, los delitos sexuales son cometidos casi siempre por profesores. Según Ariadna Reyes, asesora en género de la Fiscalía, en ocasiones los perpetradores también son conserjes, conductores y adolescentes varones contra niños menores. La violencia sexual se asienta sobre las diferencias de poder: el fuerte contra el débil, el mayor contra el menor, el que tiene autoridad contra el que debe obedecer.

Negrete amedrentaba a los 41 alumnos repitiendo que si hablaban, nadie les iba a creer. Y fue así. Las autoridades de AAMPETRA negaron que los hechos hubieran ocurrido en la escuela y desestimaron las denuncias de los padres. Uno de ellos trae a la memoria el momento en el que el rector Luis Naranjo Paredes cerró la puerta de su oficina y le dijo: “Tengo cosas más importantes que hacer”.

La actitud del rector fue una de las razones para que la fiscal especialista en género, Mayra Soria, solicitara al tribunal las medidas de reparación integral: “Busco que queden hitos, que cada vez que alguien vea la placa conmemorativa en AAMPETRA esté alerta para que estos abusos no vuelvan a ocurrir”. Ella llevó el caso por los 41 afectados, a pesar de que algunos padres no denunciaron.

La violencia sexual sigue siendo un delito oculto en el sistema educativo. En las instituciones privadas es aún más difícil de dimensionar. No existen cifras. Tampoco una política pública ni una institución que haga seguimiento y las regule.

Al igual que José Luis Negrete, el profesor de natación acusado de violar a un niño en el Colegio La Condamine no tiene título profesional registrado. Jorge Fabara, coordinador jurídico del Ministerio de Educación (MinEduc), señala que la cualificación todavía es una deuda. “En Ecuador, hay 1.800 profesores de colegios fiscales con título de bachiller”. Aclara que para obtener nombramiento en estas instituciones, los aspirantes deben poseer título universitario, aprobar exámenes psicométricos, de aptitud y conocimientos, entre otros requisitos.

La situación en los centros educativos privados es incierta. No en vano, la sentencia en contra de Negrete atribuye al Estado la responsabilidad de establecer políticas públicas para conminar a las instituciones privadas a mejorar los criterios de selección de personal docente y administrativo.

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Esfuerzos insuficientes

Callar frente a la violencia sexual es un lugar común, útil para las instituciones y doloroso para quienes la sufren. Además de los abusos, las víctimas enfrentan la duda y el descrédito. El rector de AAMPETRA ha tratado de que no se vincule a la escuela con los delitos cometidos contra 41 estudiantes, a pesar de que ocurrieron en una de las aulas de la institución que dirige.

Cuando los padres de familia advirtieron a AAMPETRA que algo sucedía con sus hijos, en lugar de indagar, la psicóloga de la escuela reunió a los alumnos con el profesor y les preguntó qué ocurría. Frente a él, todos callaron. Chiriboga, perito encargada de evaluar psicológicamente a las personas afectadas y a los agresores, afirma que “ningún niño miente” y que para actuar frente a la violencia sexual, lo primero es creerle a la víctima.

Algunas familias afectadas recuerdan que tampoco recibieron apoyo de las autoridades. Primero les pidieron pruebas; después les ofrecieron becas a cambio de mantener el asunto en secreto. Silenciar es esconder.

Francisco Bonilla, director de Acceso a la Justicia del Consejo de la Judicatura, asegura que la intención de ocultar la violencia sexual es común y conlleva una actitud de solidaridad con el agresor. Soria, fiscal encargada de llevar el caso AAMPETRA, ha comprobado que docentes, autoridades y hasta padres de familia, se ponen en contra de los estudiantes en la mayoría de casos. El fiscal Eduardo Estrella, añade que suelen utilizarse certificados de honorabilidad en favor del agresor y declaraciones para deslegitimar a la víctima.

Para romper con el espíritu de cuerpo y lograr que los casos llegaran hasta el sistema de justicia, el MinEduc, el Consejo de la Judicatura y la Fiscalía General del Estado suscribieron un convenio interinstitucional en 2012. Hasta ese momento, la denuncia era opcional. Ahora, todas las autoridades de los centros educativos tienen prohibida la mediación y deben denunciar penalmente cualquier delito sexual identificado o cometido en estos espacios.

Los Departamentos de Consejería Estudiantil (DECE) también se crearon en 2012 para prevenir, detectar y atender riesgos en todas las instituciones educativas. Según cifras del Ministerio de Educación, hasta 2016 se implementaron en 1.768 unidades educativas fiscales, pero no hay datos del sector privado. Otra herramienta para atender posibles casos de abuso y violación son los Protocolos de actuación frente a las situaciones de violencia detectadas o cometidas en el sistema educativo, obligatorios para todos los establecimientos.

Pero los avances en leyes y políticas públicas pierden sentido cuando las escuelas y colegios ocultan la violencia sexual. Reyes considera que la coordinación entre instituciones sí ha permitido disminuir en algo el encubrimiento, aunque reconoce que es un proceso lento y todavía insuficiente. Por ejemplo, en 2015, la Fiscalía registró 152 hechos de violencia sexual que ocurrieron en centros educativos y 112 que fueron detectados en estos espacios. Solo 24 denuncias fueron realizadas por autoridades.

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Una lista de incumplimientos

Cuando hay violencia, las escuelas dejan de ser lugares para aprender. Según el estudio de Unicef, World Vision y el MinEduc, en Ecuador tres de cada cinco estudiantes entre 11 y 18 años fueron víctimas de un acto violento en 2015. Una búsqueda rápida en YouTube muestra la situación en AAMPETRA: al menos seis videos registran golpes y peleas entre alumnos. Una exprofesora dice además que en esta “cárcel de cemento”, los insultos y castigos físicos son comunes, al igual que el trato autoritario.

Otra irregularidad en esta escuela del sur de Quito son las condiciones laborales de los docentes. En 2013, recibían menos del salario básico. Y en 2017, a través del blog de tareas, una profesora insiste en que los padres cancelen a tiempo las pensiones para poder cobrar su sueldo. Incluso ofrece subir un punto en participación a los “cadetes” que están al día.

Además, AAMPETRA ha incumplido la Ley Orgánica de Educación Intercultural (LOEI). Algunos documentos del MinEduc, disponibles en Internet, revelan que esta escuela fue sancionada en 2011 con el pago de 30 remuneraciones básicas unificadas por la falta de sustento pedagógico, de instrumentos de evaluación docente y de indicadores estadísticos sobre los estudiantes, entre otras razones. Además, los planos de la institución no estaban aprobados por el Municipio de Quito y tampoco tenía permiso de bomberos.

La resolución también amonestó a AAMPETRA por cobrar pensiones por fuera de los rangos establecidos y no presentar un presupuesto real. A pesar de que la multa debía pagarse inmediatamente, el rector lo hizo el 10 de mayo pasado, alegando que nunca se le notificó esta decisión. En otro oficio se señala que la escuela no tiene ninguna relación con las Fuerzas Armadas y por lo tanto, no puede brindar instrucción militar ni utilizar su nombre ni referirse a sus estudiantes como “cadetes”.

A este historial institucional, se suma el caso de abuso físico, psicológico y sexual al que fueron sometidos los 41 estudiantes de Sexto C. Sin embargo, AMMPETRA sigue en funcionamiento

Según Fabara, el cierre de una institución privada es la última sanción que puede aplicarse frente a incumplimientos reiterados. Pero advierte de las implicaciones de esta decisión, sobre todo, cuando se trata de una escuela en la que estudian, según él, cerca de 4 mil estudiantes.

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La tarea pendiente

La violencia sexual está presente en los centros educativos de otros países de la región. Por eso, Unesco reclama “buenos datos para formular estrategias y evaluar su éxito a favor de la reducción de la violencia de género relacionada con la escuela”. En Colombia no existen cifras oficiales sobre la situación y en Ecuador son aún escasas. Perú es el único país de la región que monitorea la violencia en los centros educativos permanente. El sistema en línea SíSeVe.pe permite la denuncia, evita la recontratación de profesores sancionados, ofrece datos actualizados y desagregados sobre la violencia en los centros educativos, al igual que pautas de prevención y atención.

Proteger a niños, niñas y adolescentes debe ser una prioridad. En Quito, el Grupo Rescate Escolar, conformado por padres de familia, busca que las escuelas implementen sistemas integrales de prevención y que se promulgue una ley para prevenir la violencia escolar. Su fundadora, Sybel Martínez, explica que esta organización capacita a estudiantes, docentes y autoridades, y ofrece acompañamiento jurídico y psicológico a quienes sufren violencia.

“Sin agresor no hay víctima, sin víctima sí hay agresor”, comenta la psicóloga forense Pilar Chiriboga. Para ella, las autoridades estatales deben comprometerse con la prevención, aunque no rinda réditos inmediatos. Añade que las estrategias deben enfocarse también en los agresores y que la educación afectiva es la única forma de eliminar la violencia.

Lo que ocurre en los centros educativos ecuatorianos preocupa a varios organismos internacionales y otros países. En las observaciones publicadas a fines de 2016, el Comité de las Naciones Unidas Contra la Tortura instó a que se adopten medidas para prevenir y eliminar la violencia escolar. En mayo de 2017, como parte del Examen Periódico Universal (EPU) hecho a Ecuador, varios países recomendaron velar para que los delitos en los centros escolares sean investigados de manera eficaz e imparcial, que los autores sean llevados a la justicia y que las víctimas reciban protección, acompañamiento y reparación.

El caso AAMPETRA es emblemático en la región porque en esa escuela 41 niños y niñas sufrieron en silencio durante 11 meses. Aunque podría convertirse en ejemplo si, como considera la fiscal Mayra Soria, la institución asume que contrató una persona incompetente para ser profesor, falló en el control y cumple sin trabas con la reparación integral que se le exige.

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Historia

La herida oculta

Por Cristina Arboleda P. e Isabel González R.

El 1 de julio de 2017 vence el plazo para cumplir con la reparación material e inmaterial a 41 niños y niñas víctimas de abuso sexual en la Academia Aeronáutica Mayor Pedro Traversari (AAMPETRA), un colegio privado del sur de Quito.

El aula de Sexto C se volvió oscura. El profesor José Luis Negrete Arias insistió en tapar las ventanas. Los padres de los 41 estudiantes compraron las cortinas para proteger a sus hijos del sol, sin saber que el peligro estaba adentro. Allí, durante once meses, el docente sin título universitario insultó, torturó y abusó sexualmente de todos los alumnos sin que nadie lo notara.

Negrete calculó el horror de cada día. Al cerrar la puerta del salón, el profesor obligaba al grupo a enfrentarse a golpes o con pistolas de balines. Dos niños vigilaban siempre por una rendija. Negrete forzaba a quienes asistían a sus clases a repetir escenas de las películas pornográficas que mostraba. Con sus manos gruesas desnudaba a las niñas, las tocaba y rayaba con un marcador sus partes íntimas. En esa aula, Negrete violó al menos a una de ellas.

Si los estudiantes se rehusaban a seguir sus órdenes eran azotados con un cable, castigados con un palo o quemados con un mechero en zonas poco visibles de sus cuerpos. Tenían entre 10 y 11 años. Y estaban seguros de que ese hombre de mirada perversa, que fingía hablar con sicarios durante las horas de clase, cumpliría la amenaza de matar a los padres e incendiar la casa del primero que hablara. Él sabía dónde vivían y les llamaba por teléfono si faltaban a clases.

Una de las estudiantes que testificó en el juicio, recuerda el salón como “una cárcel chiquita”. Durante el año lectivo 2010-2011, en medio de uno de los colegios más grandes del sur de la ciudad, los niños y niñas quedaron atrapados por la violencia de su profesor.

Todos, sin excepción, callaron y escondieron sus heridas.

La sombra de la violencia

El día de la captura, en septiembre de 2015, José Luis Negrete tenía barba, bigote y el cabello largo y rojizo. Engordó más y tenía un piercing en la ceja. No se parecía a la foto del quinto más buscado en Ecuador. Estuvo prófugo durante tres años, hasta que la policía lo encontró en una casa del barrio Solanda, a menos de cuatro kilómetros de AAMPETRA.

Mientras Negrete se escondía, los 41 estudiantes y sus padres lidiaron con las consecuencias de su abuso. La oscuridad del salón llegó hasta los hogares. Una de los 41 pintó su cuarto de negro, uno de los 41 no quería encender la luz, una de los 41 lloraba si pasaba cerca de la escuela, varios de los 41 intentaron suicidarse. Aunque hubo padres de familia que no denunciaron o desistieron del proceso, la Fiscalía llevó el caso por todos los afectados.

Las pruebas evidenciaron daños psicológicos y lesiones corporales, pero lo que más impactó al Tribunal fueron los testimonios. El juicio contra Negrete, en marzo de 2016, duró dos días. Seis estudiantes hablaron por los 41. Cada palabra les devolvió la luz que perdieron con el silencio: “Me liberé, saqué todo lo que tenía guardado. No solo pensé en mí, sino en los compañeros a quienes no les creyeron”, dice una de las alumnas. “Quería verlo a los ojos para que supiera que ya no le tengo miedo”, agrega otra.

Los testimonios fueron concordantes y sirvieron para condenar a José Luis Negrete Arias a 16 años de prisión por abuso sexual colectivo y violación a una de las menores. Para el fiscal Eduardo Estrella, especialista en género, estos delitos son los más frecuentes en los centros educativos. Define el abuso como cualquier acto de carácter sexual, por ejemplo, mostrar o tocar alguna parte del cuerpo; mientras la violación implica la penetración parcial o total por vía oral, anal o vaginal.

Son incontables los esfuerzos que hacen los padres de familia para encontrar el lugar al que confiarán sus hijos. Ariadna Reyes, asesora del fiscal general, precisa que cuando los maestros rompen con el deber de cuidar a quienes están a su cargo, incurren en dolo. Por eso, la violencia sexual en el ámbito educativo es un delito de doble afectación.

Si la Fiscalía comprueba que el ex profesor de AAMPETRA violó a otra niña del grupo, podría permanecer encarcelado mínimo 24 años.

Esperar por la justicia

La casa de una de las familias se convirtió en refugio para quienes impulsan el caso AAMPETRA. En la pequeña sala, los alumnos contaron hace cinco años lo que sucedía. Juntos han aprendido a contenerse. En ese círculo de confianza, los padres comentan que no están satisfechos pero sí aliviados de que el agresor de sus hijos esté en la cárcel.

Buscar justicia no ha sido fácil. Padres y madres cambiaron de trabajo o cerraron los negocios para acompañar a sus hijos. Los trámites para encontrar nuevas escuelas, el tiempo invertido en las diligencias judiciales y el dinero para pagar las terapias psicológicas se suman al sufrimiento. Ellos continúan con sus vidas, a veces aferrándose a la fe. Algunos dicen haber perdonado, pero en los ojos de todos se asoma el dolor.

Negrete está preso, aunque los estudiantes sienten que todavía los mira desde el fondo del salón. Ahora, que son adolescentes, desconfían de los hombres y se estremecen cuando ven que alguien parecido al profesor se sube al bus en el que viajan.

Negrete destruyó su infancia. ¿Quién les devuelve su derecho a ser niños? ¿Cómo se recuperan los años de depresión y angustia de 41 familias?

Francisco Bonilla, director de Acceso a la Justicia del Consejo de la Judicatura, explica que las sentencias incluyen tanto la pena como la garantía de reparación integral, para compensar material e inmaterialmente los daños y restablecer la dignidad de las víctimas. En el caso AAMPETRA, la fiscal Soria anticipa que es poco probable que el agresor indemnice a cada estudiante con 10 mil dólares, como se le ordena. Por eso, insiste en que la reparación simbólica es la única forma de resarcir en algo los perjuicios.

Hay historias que no deben repetirse. La sentencia que fue ratificada en todas sus partes por la Corte Provincial de Pichincha, obliga a la escuela AAMPETRA a convertir el aula donde ocurrieron los abusos en una sala de uso múltiple e impartir allí, cada año, charlas de prevención contra la violencia. Hay historias que no pueden olvidarse. La institución debe realizar un acto público para instalar una placa con la leyenda: “En memoria de las víctimas de abuso infantil en el sistema educativo”.

La placa sería un hito contra la violencia. El salón, un lugar para la verdad.

Los adolescentes y sus familias quieren cerrar con esta reparación simbólica la herida que la escuela no quiso ver. Esperan que ocurra antes del 1 de julio.

Reparar para sanar

Luis Naranjo Paredes, rector de AAMPETRA, es abogado e interpuso varios recursos legales para evitar el cumplimiento de las acciones de reparación simbólica. A pesar de que los hechos ocurrieron en una de las aulas de la escuela que dirige, Naranjo alega que, al no ser parte del proceso judicial, las medidas vulneran su derecho a la defensa y afectan el buen nombre de la institución.

La reparación no implica una sanción al establecimiento, aclara Jorge Fabara, coordinador general de Asesoría Jurídica del Ministerio de Educación. Dice también que la placa conmemorativa está lista y que el Ministerio ha insistido en que la escuela acate la sentencia a través de varias comunicaciones.

El buen nombre no alcanza para esconder las heridas causadas a 41 alumnos. “La comunidad educativa tiene que conocer lo que sucedió y saber qué está haciendo la institución para que los abusos no se repitan”, enfatiza Celine Andrés, subsecretaria para la Innovación Educativa y el Buen Vivir.

Los estudiantes han esperado más de dos mil días para que se reconozca que los hechos que cambiaron sus vidas ocurrieron en AAMPETRA. Sin embargo, el rector solicitó una Acción Especial de Protección que fue admitida por la Corte Constitucional del Ecuador, sin que esto implique una respuesta a su favor. Ni Naranjo ni su abogado atienden el teléfono para explicar por qué insisten en alargar la espera.

La fiscal Soria, que ha investigado al menos 20 casos de violencia sexual en centros educativos, recalcó durante la audiencia de estrados en la Corte que los niños, niñas y adolescentes son un grupo de interés prioritario. Todas las autoridades e instituciones deben ajustar sus decisiones para aplicar el principio de interés superior, como establecen la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño y el Código de la Niñez y la Adolescencia.

La justicia no es un túnel sin salida. El plazo de un año para ejecutar la sentencia se vence en menos de 40 días. El tiempo es largo para quienes esperan y corto para quienes intentan incumplir. Bonilla plantea que AAMPETRA está usando las prácticas del viejo sistema judicial para dilatar los plazos, pero advierte que “generar incidentes es falta de lealtad procesal”.

Las medidas de reparación no son opcionales. Si el rector desacata la sentencia cometerá un delito penado con cárcel de uno a tres años. En ese caso, la Defensoría del Pueblo tendrá que intervenir para garantizar los derechos de los niños y niñas.

Un rector es la primera autoridad que los niños reconocen por fuera de su casa. Es quien vigila que las reglas y obligaciones se cumplan en la escuela. Pero Luis Naranjo Paredes, el rector de AAMPETRA, todavía no cumple con la suya.

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CIFRAS

Violencia en los centros educativos de Ecuador

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Coordinación editorial: Isabel González R. / Periodistas: Cristina Arboleda - Isabel González R. Portada: Luis E. Loaiza / Viñeta: Mariquismo Juvenil / Ilustración: Pepa / Producción digital: Jorge Montoya /

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